No conozco mayor valentía ni grandeza, que ser madre.
Valentía, porque hay que tener agallas para concebir y capitular incondicionalmente, para siempre, al ser que has engendrado. Una devoción eterna al sacrificio y al amor, sople el viento de donde sobre y sea cálido o gélido.
Y grandeza ¿Puede haber mayor grandeza que generar vida en tus entrañas?
Envidio a las madres. Sanamente, pero las envidio. Debe ser una gozada. Ahí, en el vientre, se deben trenzar unos hilos invisibles tan poderosos, incondicionales e irrompibles, que solo ellas saben tejer.
Desde aquí, desde el otro lado de esos hilos, muchas veces, descubres su sentido. Es entonces cuando entiendes los temores que se gestan en la otra orilla y entiendes sus enfados, preocupaciones y miedos. Su valentía.
Yo, a fondo, solo creo haber conocido a dos madres. La de mis hijos y la mía.
De Esperanza conozco sus desvelos, sacrificios, amor y absoluta entrega. Mis hijos deben estar -lo sé, lo están- agradecidos y orgullosos. Yo también. Mucho más de lo que soy capaz de escribir y expresarle.
Mi madre -ahora estoy sonriendo, pero mis ojos se han nublado; su recuerdo, siempre, me emociona alegremente- era eso, mi madre. Todo. Aunque en la juventud uno no parece saberlo. Luego pasan los años y vas descubriendo que jamás encontrarás nada igual a mamá. Yo estuve en su vientre unos meses, pero se quedó conmigo para siempre.
No te quiero cansar. Todos tenemos madre. Pero yo, hoy, tuve la suerte de ir un rato al cementerio. Un lugar de reencuentro del que siempre salgo reconfortado. Y hemos hablado a través de esos hilos que ella tejió y en un lenguaje que solo los dos conocemos. Y nos hemos despedido con una sonrisa.
¿Qué tema musical puedo poner que iguale lo que siento?
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