Lo va anunciando de noche en noche, creciendo en busca de su plenitud, pregonando su apogeo en el que brillará grandiosa, como cada Jueves Santo, para cumplir el designio de alumbrar la desgarradora imagen de Cristo que, escoltado por velas, penitentes y silencio, procesionará por las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades.
Pero la luna quizá no sepa que este año tampoco toca. No habrá procesiones.
Y se quedarán desconcertados los adoquines de nuestras calles, vacíos, otra vez, de las lágrimas de cera de los velones que portan los nazarenos; y extrañarán la ausencia de pies descalzos portadores de promesas, en penitencia, tras los pasos.
Y seguirán los incondicionales costaleros de la Hermandad de la Borriquita de Valverde, un año más, canjeando la rabia por fe, al no poder pasear la nueva imagen de su titular María Santísima de la Paz y Esperanza del misterio de la Sagrada Entrada Triunfal en Jerusalén.
Y, seguramente, en no sé qué dehesa, pastarán juntos la Borriquita de Valverde y Calamar, el caballo del centurión Quinto Cornelio, del paso del Cristo de las Tres Caídas, en vez de erizar vellos, con su majestuoso trote, al cruzar el Puente de Triana
Y los Armaos, desconsolados, estarán sin armadura. Desarmados.
Y cuando suenen las cuatro campanadas de la madrugada del Jueves, las cigüeñas quedarán aturdidas sin escuchar en el interior de la Ermita del Santo los golpes del llamador del paso de Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas, ni sentirán el desconsuelo de la Virgen de la Soledad.
Y ¿qué harán la Verónica y las Tres Marías?
Y en Encinasola, en El Calvario, ¿Cómo no sentir el vacío que dejan las cerradas puertas de la Ermita de los Santos Mártires Sebastián y Fabián, por donde vemos salir cada Viernes Santo la Urna con su Cristo Yacente?
Y no sonarán las piezas de Abel Moreno, ni habrá músicos por las calles, ni oiremos saetas desde los balcones, ni saldrá la Hermandad de Los Blancos, ni se verán penitentes, ni nos vestiremos de gala para la procesión, ni se nos escapará una lágrima en ese momento en el que te ensimismas y se abre tu corazón, rezando en silencio...
Pero las aguas volverán a su cauce. Y el año que viene, ahí estaremos, gozando de las procesiones, esos desfiles públicos de arte, sentimiento y religiosidad. Porque la fe no se va y seguirá alimentando la esperanza.
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