Día 26. 08/04/20. Miércoles.
Con el paso de los años, uno ha vivido ya muchas situaciones difíciles. Todas no dejan la misma huella, ni se superan igual. Algunas, aunque el tiempo se encarga de mitigarlas -baja la tierra, baja el dolor, que dice el refrán-, se terminan por aceptar, pero permanecen indelebles toda la vida.
Al pensar en él, me cuesta retenerlo en una imagen porque se superponen mil diferentes, cada una con un entrañable recuerdo asociado. Lo veo con tres años, en aquella casa del Peñascal -en Bilbao-, cuando mi tía Cándida salía a comprar con mi madre y me dejaba a su cuidado; burlándose irónicamente de mí, por tener que dejar el Seat 850 cuesta abajo, para que arrancara en las frías mañanas de invierno cuando íbamos al instituto de Fregenal -él alumno, yo profesor-; riéndose de cuando me crispaba porque el coche -el mismo Seat 850- se le iba para los lados mientras intentaba que aprendiera a conducir en la carretera de Oliva; en mi casa, cuidando a mi hijo mientras Esperanza hacía las prácticas para el carnet de conducir; de camarero en Punta Umbría, durante el verano, para sacar dinero para mantenerse durante el curso; de su esfuerzo en La Rábida para obtener su ingeniería de minas; de cuando tuvo su primer trabajo y antes de aceptarlo me llamó para saber mi opinión; de su boda; del nacimiento de su hija; de los días que estuve en el hospital del Vall de Arán para acompañarlo cuando se operó de la rodilla; o la expresión de su cara cuando, mientras tocaba las manos de mi padre, simulaba adivinar las monedas que había escondido, al jugar a los chinos en casa de José; de sus pinitos como zahorí; de su pasión por esos olivos de la ribera... De los últimos meses -de sufrimiento y voluntad- no quiero recordar nada; quizá aquel día del último puente de la Inmaculada que fue a Encinasola y un grupo -selecto, muy reducido-, compartimos con él, delante de la candela, un rato en la buharda...
Soy incapaz de recordarlo sin una sonrisa. A veces, acompañada de una lágrima. Los que tuvimos la suerte de conocerlo, quererlo y sentir su cariño, somos afortunados.
Un día, tras meses en los queríamos ver luces de esperanza y la realidad nos machacaba con presagios de fatalidad, se nos fue. Era un ocho de abril, también miércoles santo. Hace once años.
Esta canción, himno de una inolvidable noche en la que nos reunió a casi toda la familia en un apartado cortijo de Castilblanco de los Arroyos antes de que el agua del Embalse de Melonares lo cubriera, siempre me recordará a él.
Los datos de hoy: 146.690 (+6.180) diagnosticados; 14.555 (+757) personas muertas; 48.021 (+4.813) pacientes dados de alta.
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