martes, 24 de marzo de 2020

DIARIO DE UN CONFINADO (7)

Día 7. 20/03/20. Viernes.
No salía de casa desde el sábado pasado. Hoy había que reponer pan, fruta, pescado… ya sabes. Todos los sábados suelo salir a hacer la compra pero, ahora, no es igual, hay que elaborar una estrategia y un protocolo: dónde voy que haya menos gente y lo encuentre todo; qué hora es la más adecuada; ¿mascarilla, guantes de látex, gel antiséptico…?; qué ropa me pongo -estoy avisado que en cuanto llegue todo va a la lavadora y yo a la ducha-; piensa uno en cómo comportarse –distancia de seguridad, no tocar alimentos que no vayas a llevarte, procurar utilizar la tarjeta en vez de dinero; ser breve…-. No sé si somos demasiado tontos o muy listos.
Yo sigo apostando por la Plaza de Abastos y las tiendas de barrio pero, finalmente, acabé en Mercadona, como casi todo el mundo.
Poca gente por todas partes y las tiendas y puestos con abastecimiento razonable. Conseguí un kilo de gurumelos y este mediodía empezaremos a dar cuenta de ellos.
En la Plaza me encontré con la madre de un alumno y –aunque lo habitual es que estos encuentros se conviertan en una tutoría de aquí te pillo y aquí te mato- hoy, simplemente nos saludamos desde la distancia.
¡Qué locura! Cuando salí a comprar, me despedí de Esperanza como si fuera a hacer una gran gesta, a exponerme a un gran peligro, como si marchara a la guerra. Me sentí como el soldado que se despide para librar la batalla. Fue entonces que recordé una canción que cantaban los soldados españoles cuando, tras su pérdida, regresaron de Cuba -más se perdió en Cuba, y venían cantando, que se dice desde entonces-. Hoy la comparto aquí. No es la versión que más me gusta, pero entiendo que para la ocasión es la más adecuada.
 

Y el jarro de agua helada: 20.320 diagnosticados; 1.029 personas muertas; 1.588 pacientes dados de alta. Si podéis, no salgáis.

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