Tendría yo seis o siete años cuando una tarde de otoño llegó mi padre a casa con los alforjes al hombro. Venía andando. Por entonces estaba trabajando en El Bravo, una enorme dehesa de Encinasola, y solo venía a casa cada tres o cuatro días.
– ¿Y el burro? -le preguntó mi madre.
– Se lo comieron anoche los lobos…
Ya había oído en casa otros episodios de lobos, pero en ese momento comía un trozo de pan con aceite y azúcar, quedé perplejo y la merienda se me cayó al suelo. Un burro entonces era la principal herramienta que podía tener un trabajador del campo. Y costaba un dinero. Esa tarde, con aires de duelo, se la fue comiendo la noche como el lobo se comió el burro.
Dice el refranero:
A la luna, aguarda el lobo al asno.
Burla, burlando, vase el lobo al asno.
El lobo era la alimaña más temida por los pastores. Su principal enemigo. Cuando andaba cerca una manada de lobos, la incertidumbre era permanente. Nunca se sabía cuando atacaría, pero sí que lo haría. Y así fue como, poco a poco, a causa de la permanente amenaza y al amparo de un, quizá, mal entendido progreso, se exterminaron los lobos en la Sierra de Hueva.
De antiguo, matar un lobo tenía premio. Y una camada de lobeznos, también. La fotografía que sigue, de 1957, la incluí en el libro Desde el aguardo. Presenta el paseo de un lobo por las calles de Valverde. Entonces matar un lobo era un mérito: se cobraba recompensa y se exhibía.
Hacia 1957. En las Peñas. Portando el trofeo Adolfito (izquierda) y Francisco Calderay (derecha); junto al animal, Liacé. |
Fábulas, cuentos y leyendas se nutren del comportamiento de los lobos. Su astucia, belleza, y agresividad, atraen. Cazan y se alimentan en manadas, respetando una jerarquía social. Elaboran estrategias. En España están protegidos. Los que quedan -no llegan a 2000- se distribuyen en su mayoría por el cuadrante noroccidental, especialmente por Castilla y León, Galicia, Cantabria y Asturias.
Pudiera parecer que es difícil ver lobos, pero no es así. Hay una especie visible del Canis lupus signatus en permanente degradación pero cada vez más extendidos -lo que resulta lógico, pues cada vez hay más burros en su entorno-. Pueden verse fácilmente. Unos se camuflan bajo piel de cordero, otros muestran con descaro sus afilados dientes, otros muestran su bello pelaje... Se reúnen en manadas, habitualmente en el Congreso de los Diputados y parajes similares.
Puede parecer duro, pero obsérvalos y me cuentas. Yo me siento cordero.
Una tierna canción para endulzar el ánimo.
Buenas tardes, Tomás
ResponderEliminarEnhorabuena por tu blog; es una ventana que, en estos malos tiempos donde poco se puede dar rienda suelta a los sentidos para que se recreen en los beneficios de las raíces, me acerca a los sabores y olores de aquella maravilla que supone el pueblo de mi familia, que es el mío propio.
Sigue en tu rescate de esa memoria inmaterial que son los sonidos de tu tierra, para que podamos profundizar y deleitarnos con las exquisiteces musicales que atesoran. Cada vez que voy me descansa el alma...
Un abrazo
(Maribel Domínguez Gómez, hija de tu primo Paco, el sillero).