Nos cogió allí, en el corazón del rival. En una habitación de la primera planta del hotel Schiller, en Rembrandtplein, donde habían colocado una enorme pantalla frente a nuestra ventana, y desde allí lo vimos.
Los días anteriores ya habíamos visitado muchos de los encantos de Ámsterdam, navegado por sus canales, disfrutado de su mercado de flores, paseado por el Barrio Rojo, la casa de Ana FranK, Museo Van Gogh, las casas flotantes sobre los hermosos canales... Tres días antes fuimos a Brujas -otra maravilla- y cuando volvimos había un ambiente impresionante. Todos los pub de los alrededores del hotel estaban repletos de aficionados. Se jugaba una de las semifinales del Campeonato del Mundo de Fútbol: Alemania - España. Los holandeses no es que estuvieran con España, sobre todo estaban contra Alemania, rival histórico y con quien no querían enfrentarse en la final. Animaban al equipo español y, a nosotros que nos comportábamos como lo que éramos y seguimos siendo, españoles, nos sonreían y animaban. Nos sentíamos complacidos y seguros.Ganamos y pasamos a la final que jugamos contra ellos, los Países bajos.
El día de la final fuimos a Ravenstein, un hermoso pueblo holandés donde visitamos a Inma y Mart, entrañables amigos. Un lugar precioso, como sacado de una postal. Cuando regresamos a Ámsterdam era poco antes del partido. Apenas si pudimos llegar al hotel. Una multitud se agolpaba en la plaza y los alrededores. Llegamos casi al límite.
Yo no soy dado a exhibir banderas ni otros símbolos externos pero, en esa ocasión, en la maleta llevaba una bandera de España.
A medida que el partido iba avanzando, la multitud no paraba de gritar, beber y consumir yerbas de esas que allí, en los pub, está permitido. Cuando marcó Iniesta, no pude aguantar más y saqué la bandera por la ventana a pesar de lo que me decían Esperanza y mis hijos, los tres más prudentes que yo. La masa estaba algo alterada y tuve que retirarla. Luego, cuando ganamos, la saqué de nuevo, y otra vezme obligaron a retirarla y cerrar la ventana. Pero la alegría estaba ya dentro de la habitación y en el corazón de toda España. Creo que, como en pocas ocasiones, la mayoría de los españoles nos sentimos unidos. Pena que se nos olvide.
La multitud se fue diluyendo, la policía cargando y, después, llegaron los servicios de limpieza. Una tormenta descargó y ayudó a aplacar el ambiente. A nadie le gusta perder. Me decepcionaron esos modositos nórdicos que tan bien saben aparentar. Una banda de energúmenos similar a cualquier masa fanática. Hasta pasadas una hora y media no pudimos salir a cenar. Sin bandera, claro, y optamos por un restaurante argentino. Fue un gran día.
A bailar: PAQUITO EL CHOCOLATERO, de Gustavo Pascual Falcó. Va por ti y todos tus compañeros, Iniesta.
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