Por estas fechas, se andaba con la siega, pero este fin de semana, hace calor de trilla.
Hace cinco años, en el Centro Social de Encinasola -cerrado hace meses y del que sigo reivindicando su apertura-, en las horas centrales del día, con temperaturas como las que tenemos este fin de semana, la conversación discurría, como siempre, con desenfado. Sentados en torno a una mesa, varios hombres de edad avanzada y jóvenes de espíritu.
–No se puede estar ni a la sombra –dice uno mientras mueve la cabeza y se muerde el labio de abajo para enfatizar.
–Eso es que ya no te acuerdas de cuando estabas trillando en El Rodeo –responde otro, mientras acerca el fresco botellín de cerveza a sus labios y al abrigo, nunca expresado con mayor ironía, del barrido de aire del ventilador situado en la pared próxima a la parte final del mostrador.
–Sí, porque tú esta mañana ya has entrado en casa seis costales de trigo y dos barcinas de paja –dice el primero al envite, con sorna.
-Eso tenía pensao, pero cuando fui a cargar las barcinas se rompieron las cangallas, la mula se espantó y se formó la gordísima… así que me vine pacá –todos reímos.
El paisaje humano y sentimental de esta gente es apasionante. Arrugas, pelo cano, el reposo de los años, la sobriedad de la sabiduría popular… A estas alturas, sin nada que perder, son voces sin perjuicios. Cuando recuerdan el pasado, los ojos les denuncian: sus miradas se pierden en el tiempo, se trasladan al pasado y recuperan escenas, situaciones, emociones… Enciclopedias vivas. Sin editar.
Fotografía de José María Santos.
El hombre en el centro de la era con sombrero y pañuelo al cuello, las bestias girando a su alrededor -se trillaba a pezuña- y el sol, implacable, achicharrando desde arriba. En este marco, para avivar las bestias, entretenerse en algo, espantar el sudor y retar la sequedad de la garganta, cantaban. Estos de ahora, con los que compartía cerveza y conversación en el casino, como saben que me gusta, me regalan unas coplas de trilla de las que se cantaban en Encinasola, adornadas con comentarios jocosos y desenfadados.
Para trillar con bestias,
pa arar con bueyes,
para dormir a gusto,
con las mujeres.
—
Mientras mi madre en misa
vino mi novio:
¡Ay! si la misa durara
hasta el otoño.
—
¡Arre! mulilla torda, cascabelera
a la hija del amo quien la cogiera.
Quién la cogiera, niño, quién la cogiera
donde se junta el Sillo con la Ribera.
—
A esa mula de punta
le gusta el grano
aligera y no comas
que viene el amo.
Cuanto más calor, mejor para trillar. Entre cante y cante, y vuelta y vuelta, quedaba lista la parva. Un pienso a las bestias y, por la tarde, la mujer aprovechaba la proximidad para llevar un buche de café al marido. Los piques de unas eras con otras, habituales. En tono burlón -quizá la primera vez tuviera sentido-, después de la visita de la esposa se oía una de las caidillas más común entre copla y copla:
¡Aire, más aire!
Mi marido en la era
yo con el fraile.
Esta gente cuando empieza a cantar, no para. Yo, para no cansarte, lo dejo aquí.
Al paso de las bestias
yo canto coplas;
cuando se acaba una,
empiezo otra.
Quizá los conoces sobradamente, o no los oíste nunca, pero los cantos de trilla, tienen su encanto. En Encinasola se cantaban de forma muy similar a como lo hace aquí Joselete de Linares. Te pongo en situación: sin instrumentos musicales de ningún tipo -de fondo solo el penetrante canto de las cigarras-, garganta seca, sol abrasador, cante lento y tortuoso, sin prisas...
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