Nueve menos cinco de la mañana. Un grado bajo cero. Solo tres niños en la fila de preescolar de cuatro años. Las madres, los abuelos y las abuelas apuran hasta el último momento para que las criaturas pasen el menor frío posible antes de entrar. Una vez dentro, es otra cosa. La situación la describe la imagen de la "seño" cuando abre la puerta y nos da los buenos días: forrada de pies a cabeza cual pastora de pingüinos, como si se encaminara a iniciar una batalla contra el imperio del frío.
El aula -intuimos los que estamos esperando- debe ser lo más parecido a una fábrica de hielo. Cada hora lectiva tienen que abrir las ventanas, al menos, diez minutos. No sé cómo aguantan los niños en esas condiciones estos días. Medidas COVID, dicen. Yo lo veo como una modalidad actual de educación espartana. Pero es que la enseñanza tiene que ser presencial, no como sucede en la Agencia Tributaria, el Catastro, los juzgados o la delegación territorial de cualquier consejería y en cualquier provincia andaluza, que no te reciben personalmente, todo hay que hacerlo de forma virtual, a través de sede electrónica. Pero doña economía, es doña economía: si los niños estuvieran en su casa ¿podrían los padres ir a trabajar? En muchos casos, los afortunados que tienen trabajo, no.
Sin menospreciar a ningún colectivo, creo que los docentes están siendo un soporte fundamental -no solo por la enseñanza en sí, que también- para la economía durante esta pandemia. A ver cómo se lo recompensan y reconocen.
Procuro y suelo comprar en una tienda pequeña, de barrio. Nueve y cinco de la mañana. Un grado bajo cero. Se abre la puerta donde esperamos cinco personas. Todas venimos de llevar a hijos o nietas al colegio. En el interior, solo pueden estar dos. Las demás, en la calle y distantes.
¿Saben cómo acabamos, verdad? Cantándole yo aquella de "A los amos de esta casa / Dios les dé salud y dinero / y a los vecinos de enfrente / sabañones en los huevos". Todos reímos. Podíamos seguir, pero ya me tocó que Joaquín me atendiera.
Puede parecer triste, pero es tan bonita: Chavela Vargas, La llorona. Recuéstate, cierra los ojos y escucha.
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