Creo que hay un lugar en el corazón donde se guardan los recuerdos dulces, los sentimientos más profundos, las emociones tiernas, los pensamientos placenteros, las huellas gratas que te va dejando la vida. Un hermoso jardín que siempre visito por San Antonio. Una cita con las raíces, con la sangre.
Toda la gente que me habló de él, dijo que era un hombre bueno, muy bueno, un cacho de pan, que decimos en el sur para definir a la buena gente. Nació con el siglo xx y solo pude compartir con él las postrimerías de su vida. Cuando lo recuerdo, de forma natural e instintiva, me asoma una sonrisa. Su imagen siempre se me aparece con gesto pausado y de buen ánimo, sugiriendo cariño y templanza.
Sobre sus rodillas, con mil historias y cuentos, quedaba embelesado, vagando en una nube llena de magia y sabiduría.
De la mano, me llevaba con él a ver las corridas de toros en la televisión del bar de José Mora; me sentaba a su lado mientras jugaba a las cartas; me daba mimos y cariñosos besitos...
Sobre sus rodillas, con mil historias y cuentos, quedaba embelesado, vagando en una nube llena de magia y sabiduría.
De la mano, me llevaba con él a ver las corridas de toros en la televisión del bar de José Mora; me sentaba a su lado mientras jugaba a las cartas; me daba mimos y cariñosos besitos...
Con frecuencia lo recuerdo ligado a sus dos burros: Pardo y Morito. Morito era su preferido: negro acastañado, fuerte, a pesar de sus años, y manso, sumamente dócil. ¡Cuántas calamidades, infortunios y tormentos pasarían juntos! Lo cuidaba con mimo y cariño y, como Juan Ramón a Platero, gustaba que comiera de su mano.
Cuando iba al Pilar a por agua, me llevaba con él: aparejaba a Morito, colocaba el serón, dos cántaros, se montaba desde el quicio de una ventana baja que había junto a su casa, luego me subía a mí, y no sabría decir quién de los dos iba más feliz. Para mí era una gozada; ahora él, ahora que soy abuelo lo entiendo, seguro que mucho más.
Salíamos de la calle Molinitos, pasábamos la Esquina del Taller, la Berraca, San Andrés, el callejón hacia la calle Peña y enfilábamos por el camino de la Teresa hasta llegar al Pilar. Siempre iba hablando, contándome cosas. ¿Saben el cuento de Periquito Pellejo? Es genial. Tengo que escribirlo, no puedo permitir que se me olvide, que el tiempo me lo robe.
Desde encima de una montura -aunque de un burro viejo, pero con clase, se tratara-, un niño de diez años ve la vida de otra forma. Si además siente el calor y la protección de un cuerpo en su espalda, le reviste una seguridad y altanería indescriptible. Así me sentía yo.
En el Pilar siempre había que hacer cola. Por la gente que aguardaba y la pereza de sus dos caños. Pero era una pausa agradable, de conversación propia de una perfecta escena costumbrista rural. Morito bebía y, luego, mientras esperábamos el turno, se aprovechaba para que comiera alguna yerba verde de la que surge a los pies del rebosadero del Pilar o junto a los grandes morales de su entorno y que ya, el tiempo, también se llevó.
La vuelta era diferente. La primera parte del camino discurre cuesta arriba y él no quería martirizar a Morito. Así que, ese trozo, lo hacíamos andando. Él me dejaba que llevara el cabestro de Morito y que me sintiera importante, como si estuviera dirigiendo el mundo. Al final de la cuesta de la Teresa, llegaba el llano y me montaba, pero solo a mí. Él continuaba andando hasta subir la cuesta de la calle Peña y luego, desde la peana que está al final, se montaba conmigo. El resto del camino a casa es de bajada.
¿Cómo podría olvidarlo! Un fatídico día de junio, mientras cavaba un melonar propio, sufrió una congestión. Lo trajeron a casa. No se pudo hacer nada por él. El día 13 de junio de 1970, día de San Antonio, murió mi abuelo Manuel.
Antes de irse ¡cuánto cariño me dio!
Antes de irse ¡cuánto cariño me dio!
Lindo y tierno relato cargado de nostalgia. Un abrazo Tomás.
ResponderEliminarGracias, José María. Tú que viviste momentos parecidos, en el mismo entorno, con gente similar y conociste a mi abuelo, sabes de lo que hablo. Un abrazo.
ResponderEliminarPrecioso amanecer y bonito relato Tomas, no se si es la hora o el sentimiento de leer y recordar yo a mi abuela Hilario que son cosas semejantes las que recuerdo de él, que me he emocionado y bastante, que bonitos recuerdos tenemos de los abuelos,las cuentas tan bien que se viven amigo, por cierto cuéntanos ese lindo cuento algún día, un abrazo amigo
ResponderEliminarTendré que escribirlo, cómo digo en el artículo no quiero que el tiempo se lo lleve. Gracias.
EliminarEstos relatos me regresan cuando trabajaba en el taller de Antonio Mora, esquina de Molinitos con la ahora llamada Abel Moreno. Todo lo que cuentas me hace vivir aquella época tan especial, seguro que conocía a tu abuelo Manuel; sin lugar a dudas estaría entre los hombres mayores de aquel entorno que frecuentaban las carpinterías de las dos esquinas, sobre todo la de José. Nunca llegamos a entender la ternura que tuvieron con nosotros aquellas entrañables personas hasta que también nosotros nos convertimos en abuelos...
ResponderEliminarAsí es Jesús. Antonio y José Mora eran sobrinos de mi abuela. Así que mi abuelo iba mucho por allí. Seguro que lo conociste.
EliminarGracias.